(Entrada original de Diciembre del 2012)
Ella le regaló una pequeña maleta de piel. Al poco tiempo, ambos hicieron un viaje a Cuba y él se la llevó como equipaje de mano pues su tamaño era perfecto. Se hospedaron en el Hotel Habana Rivera, que se acababa de inaugurar el año anterior, 1957. Una verdadera maravilla a ojos de un pareja de postguerra, con aire acondicionado en todas las habitaciones, puertas que se abrían solas, escaleras mecánicas y un lujo propio de aquella Cuba pre-castrista.
La (mala) suerte hizo que algún emplado del hotel pegara un recuerdo de aquellos días sobre la impoluta maleta. Era costumbre entonces de sembrar de pegatinas el equipaje, sintoma inequívoco de por donde pasó el turista en cuestión. A ella, sin embargo, le pareció fatal. Su maravillosa maleta convertida en un anuncio hotelero; intolerable.
Desde que tengo uso de razón la he visto rodando por casa y siempre me gustó. Con el tiempo su compradora original me la regaló, siempre con esa pegatina de marras. Hace unos días me volví a fijar en ella y pude entrever el nombre del hotel en cuestión. Tan solo una llamada para comprobar si estaba en lo cierto, y me contaron la historia que os transcribo.
A mi estas cosas antiguas ya sabeis como me gustan, y si encima guardan algún secreto, mucho más…