Salinas se ha convertido en un destino surfero por excelencia. No hay más que acercarse por la playa este mes de Agosto para ver la cantidad de gente que hay en el agua; las escuelas y principiantes crecen como hormigas año tras año. Los bares a pie de playa se multiplican, se han hecho famosas las puestas de sol y en los supermercados no dan a basto para abastecer los lineales.
Los surferos que se autoproclaman «auténticos» ponen el grito en el cielo y se hacen cruces ante semejante «profanación» de su templo de olas. Acusan a los visitantes de ser pura pose, pura foto y puro negocio.
Sinceramente, y lo digo de corazón: me parece estupendo. Me parece estupendo toda esta invasión, me parece estupendo la vida que tiene Salinas y me parece mejor aún que haya gente que pueda hacer negocio de todo esto. Me parece genial que se celebren un par de festivales en verano y que tanto Pepe como Carlos saquen pingües beneficios de ello.
Cierto es que todo es mejorable y que un poco más de organización sería mucho mejor; también es verdad que a veces me pone un poco tenso estar rodeado de un montón de gente en el agua, y que echo de menos los baños invernales tranquilos, pero casi que me da igual.
Entre todos debemos avanzar y encontrar un equilibrio. Deberíamos mirar a zonas más explotadas aún y ver que soluciones se aportan; sin duda el ayuntamiento debería de decir mucho más y dice muy poco. Queda mucho por hacer, por supuesto, pero el germen está ahí y sigue creciendo, año tras año.
Y a los que se quejan, que se tomen un Lexatin porque esto no hay quien lo pare…