Hace unos días que rescataba un artículo sobre los niños y el surf. Os contaba mi propia experiencia al respecto, el como había gestionado lo de tener hijos y meterlos o no al agua.
Han pasado los años y mi hijo mayor ha crecido, así que os puedo seguir contando algo más.
Creo que tenía quince años cuando un dia de verano me pidió que entrase con él al agua. Yo me reí porque hacía meses (sino años) que no quería saber nada en absoluto del mar y de las olas. Imagino que el pasar los veranos al lado del mar y tener un montón de amigos que surfeaban le abocaron irremediablemente hacia todo esto.
Sea lo que fuere entró al agua… y ya no salió.
Curioso porque fue más o menos a la edad que yo mismo empecé. Ser adolescente, tener los veranos libres y pasarse el día en la playa son el caldo de cultivo perfecto para que el chiquillo salga churfer. Que sea hábil encima de la tabla o no es algo que carece de importancia, una vez que la droga del surf corre por las venas todos sabemos lo que pasa.
Hace ya pues un par de años que tengo el mejor compañero que hubiera imaginado para surfear. El tiene la suerte de tener quien le lleve a la playa, y yo tengo una afición común con un hijo en una edad muy, pero que muy complicada.
Sin presiones de ningún tipo, por supuesto, el placer de surfear cuando nos apetece, nada más…