El Hotel Ashjabad es donde se alojan los directivos y jefes de todo este tinglado pseudo-olímpico. Es un lugar que destila un dudoso gusto, con abundancia de dorados, de cortinas, de maderas nobles, de «lujo»… Un sabor a rancio que a mí me sabe más a la Rusia adinerada que imaginas: de las mafias y gente de mucha pasta. Es posible que mi imaginación vaya a 200%, pero no puedo evitar pensar que estamos en una ex-república soviética.
En el piso superior hay un restaurante que es el colmo de todo esto. Por él pululan artistas contratados para las ceremonias de inauguración y clausura, y que entre medias no tienen otra cosa que hacer que ir de fiesta; una barra petada de rusos e ingleses con mucho alcohol en el cuerpo; cerveza «Baltika» a 20 manats la botella (3€ más o menos) y un montón de mesas con mantel y servilletas de tela por su sitio, llenas de comensales ávidos por probar una ternera Strogonoff que está estupenda. Ah! se me olvidaba, llenarlo todo de humo porque se puede fumar, y sumar a David Bowie y los Stones a todo volumen.
El resultado es un lugar peculiar sin duda, que a mi desde luego (llamarme exagerado, no me importa) me dejó maravillado.